Ánálisis artístico de la Imagen del Cristo Crucificado
Manuel Hurtado
Garre realiza para la Semana Santa de Torrevieja en 1954, a tamaño
natural 1,70 centímetros, una bella representación de Cristo en la
cruz.
El artista concibe
la figura del Cristo en la linea clasicista montañesino, cuyo Cristo
de la Clemencia será el modelo que marcará una tipología que sigue
vigente en nuestros días donde el escultor introduce, ademas,
importantes variantes íconograficas que lo convierten en una obra de
profunda originalidad.
Utilizando una cruz
plana y escuadrada aleja a este Cristo de los modelos andaluces, que
utilizan una cruz arborea donde Garre apuesta por ese realismo
mesurado, rechazando también la cuerda en el paño de pureza.
Se trata de un
Cristo muerto en donde no se arrebata su condición de Dios. Con la
cabeza inclinada hacia la derecha y ligeramente caída, “mira”
directamente a cualquier persona que se sitúe debajo de él, ya sea
rezando o en una serena contemplación y meditación. Se establece un
nexo de unión, una relación psicológica muy intima entre Jesús y
el fiel, de ahí que para nosotros represente ante todo un Cristo
dialogante. La profunda expresión del rostro se suaviza con su gran
serenidad donde el momento inmediato a la última expiración queda
perfectamente reflejado. Cristo se nos presenta ya muerto, pero con
gran dignidad y serenidad en el sacrificio recién consumado.
La Imagen está
sujeta al madero por tres clavos y carece de subpedaneo siguiendo una
composición muy natural, cruzando solo los pies y manteniendo las
piernas rectas, en paralelo permitiendo un mayor equilibrio del peso
del cuerpo que se reparte entre brazos y piernas surgiendo un
conjunto equilibrado y mucho menos dramático al andaluz.
La calidad de la
talle se realza por una excepcional policromía, que utiliza
encarnaciones mates y tonos cálidos, dando al Cristo un aspecto
natural y humano.
En su análisis
podemos afirmar que el grado de realismo es el que requiere la
estética neo-barroca pero siendo suavizada el lado mas cruento de
esté brutal sacrificio: no existe, por tanto, una fuerte trasmisión
del dolor y humillación, ni si quiera un mínimo rastro de “ira
contenida” ante tanto padecer; todo lo contrario: es un Cristo de
gran dignidad , su rostro refleja un padecimiento sin exageraciones…
aunque las espinas laceren y penetran en su carne, en su rostro sólo
vemos amor resignado.